Química mortal: los minerales más letales del planeta
La naturaleza ha puesto a nuestra disposición algunas cosas que hemos
mantenido cerca porque son bonitas o útiles. El problema es que, a veces,
también son muy tóxicas

Cinabrio
Si analizamos con detenimiento
nuestro entorno, veremos que la naturaleza ha puesto a nuestra disposición
algunas cosas que los seres humanos hemos mantenido cerca de nosotros a lo
largo de nuestra historia, ya sea porque son muy bonitas o muy útiles. El problema
es que, a veces, estas cosas también son muy tóxicas. Y ese es el caso de
algunas de las 3.800 especies de minerales conocidas.
Normalmente los compuestos químicos que dan forma a nuestro
planeta están mezclados en masas amorfas que, en general, no son especialmente
llamativas (también llamadas rocas). Pero, si se dan las condiciones correctas,
entonces alguna de estas sustancias puede llegar a concentrarse en un lugar
donde se dan las condiciones de presión y calor necesarias para que esa sustancia
empiece a formar estructuras que tienen una geometría y un colorido que
desentona mucho con lo que la
naturaleza nos tiene acostumbrados. Y eso son los minerales,
vaya.

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Cinabrio,
un rojo de muerte
Un buen ejemplo es el cinabrio: un mineral con un color rojo
intenso que se pulverizaba para convertirlo en un pigmento llamado
bermellón.
Pese a su nombre aparentemente inofensivo, el cinabrio es un
mineral compuesto por sulfuro de mercurio. Y la exposición al sulfuro de
mercurio tiene unas consecuencias para la salud bastante desagradables, entre
las que se encuentran fuertes dolores del pecho, daños en el sistema intestinal
y los riñones, dermatitis, corrosión de las mucosas, anorexia, fatiga,
temblores y, por supuesto, la muerte.
Los devastadores efectos que una exposición intensa al cinabrio
puede tener sobre la salud se pueden observar en las minas de Almadén, una de
las principales fuentes de este mineral del mundo. Trabajar en
esa mina era una perspectiva tan funesta que desde el siglo XVI hasta el siglo
XVIII la mina fue operada en gran medida por esclavos y convictos, de los
cuales el 24% morían envenenados por el mineral antes de que terminaran sus
condenas.

Aun así, este mineral ya se trituraba durante el paleolítico
para pintar murales en las
cuevas y no dejó de usarse en el ámbito artístico hasta el
siglo XIX, cuando empezó a ser sustituido por otros compuestos. Los chinos lo
utilizaban para teñir ropa y fabricar objetos lacados, los mayas usaban el
cinabrio durante sus
rituales funerarios y también se utilizó como
maquillaje tanto
en la época del Imperio Romano como en la Francia
del siglo XVIII.
Aunque no he podido encontrar cifras de mortalidad específicas
derivadas de su uso, el cinabrio debió dar más de un disgusto, ya que en el
siglo XIX se empezó a aconsejar que se sustituyeran los pigmentos basados en
este mineral por otras sustancias derivadas de productos vegetales.
Amianto
y su polvo letal
Pero hay otro mineral que hemos a gran escala del que sí que
existen cifras.
Todos hemos oído hablar alguna vez del amianto y de lo peligroso que es,
pero mucha gente no sabe que, en realidad, se trata de un grupo de seis
minerales compuestos por cristales fibrosos que ocurren de manera natural. A su
vez, estos cristales están hechos de diminutas fibras microscópicas que se
liberan al aire cuando se trabaja con el material. Al ser respiradas, estas
fibras llegan fácilmente a los pulmones donde, si se van acumulando durante
mucho tiempo, pueden provocar cáncer.

Estos minerales nos han llamado siempre la atención por su
flexibilidad, su suavidad y sus propiedades ignífugas. Los puedes embadurnar en
aceite y prenderles fuego, que el amianto saldrá intacto del encuentro. Es por
eso que en la antigüedad existían muchas leyendas sobre el origen de este
extraño material, entre ellas que las fibras del amianto eran el pelo de unas
salamandras resistentes a las llamas. De hecho, en el siglo XIII
Marco Polo desmintió estas historias después de visitar una mina de amianto en
China.
Se han encontrado fibras de amianto en restos de cerámica
paleolítica y en los tejidos en los que están envueltas las momias egipcias. En
realidad, casi todas las civilizaciones las han usado para tejer paños, ropa,
manteles, cortinas, filtros y, cómo no, en la construcción como material
aislante, una aplicación que alcanzó su pico máximo en la década de 1970.
Pero no fue hasta principios del siglo XX que empezamos a darnos
cuenta de los efectos que el polvo de amianto tenía sobre la salud, después de
que se descubrieran los maltrechos pulmones repletos de fibras de amianto en
las autopsias de los mineros que se dedicaban a su extracción. Además del
desarrollo de asbestosis, la inflamación y aparición de cicatrices en los
pulmones, la exposición prolongada al amianto también aumenta el riesgo de
padecer cáncer.
De hecho, como sus efectos cancerígenos tardan décadas en
manifestarse, en los últimos años están aumentando los casos de cáncer
provocados por la exposición al amianto en los pulmones de aquellos que
trabajaron con este material durante los años 70. Para ponerle una
cifra, sólo en 2004, 107.000 personas murieron a causa del
amianto y otro millón y medio quedaron discapacitadas.
Minerales
con uranio: más tóxicos que radiactivos
Y, aunque no representen directamente una amenaza porque no los
usamos en nuestra vida cotidiana, hay otro grupo de minerales especialmente
letales que quería mencionar.
En tiempos más recientes se ha descubierto que los minerales que
contienen uranio, como la torbernita o la uraninita, también presentan un
riesgo para la salud. Este caso es curioso porque, al contrario de lo que pueda
parecer a primera vista, no es la propia radiación emitida por el uranio lo que
representa un peligro. En realidad, el uranio-238 es más peligroso
por su toxicidad que por su radiactividad, así que este no era
el problema.

Los átomos radiactivos contienen un número de neutrones excesivo
y, por tanto, son inestables. En general esta situación termina cuando del
núcleo sale disparada una partícula alfa, compuesta por dos protones y dos
neutrones. Estos diminutos proyectiles son lo que llamamos radiación nuclear y
son capaces de dañar nuestras células al chocar contra ellas, lo que en última
instancia puede llegar a provocar cáncer.
Al mismo tiempo, al haber perdido dos protones en su núcleo, el
elemento radiactivo se convierte un elemento
distinto. Un átomo uranio-238, en su camino hasta convertirse en
plomo-208, pasará algo más de 3 días convertido en radón, un gas inodoro,
incoloro… Y radiactivo.
Normalmente las partículas alfa tienen poco efecto sobre nuestro
cuerpo porque nuestra piel es un órgano muy resistente y con una gran capacidad
para regenerarse. Pero si respiramos gas radón, entonces los átomos pueden
liberar sus minúsculos proyectiles directamente en nuestro interior, donde
nuestros tejidos son mucho más vulnerables. Para que os hagáis una idea de lo
que pasa en nuestros pulmones al inhalar radón, esto es el gas metido en una
cámara de vapor, donde las partículas alfa interaccionan con el vapor de agua y
dejan una estela a su paso:
Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que entre los mineros que trabajaban
en el interior de las minas a principios del siglo XX se produjeran 6 veces más casos de cáncer de pulmón de lo que cabría esperar, sobre todo
teniendo en cuenta que el radón que pudiera estar atrapado en la estructura
cristalina de los minerales quedaba liberado al romper los cristales durante su
extracción.
Pero, aunque no estamos expuestos al radón en las cantidades
comparables a las que hay en una mina, todos lo respiramos en mayor o menor
medida porque el uranio se encuentra repartido por toda la corteza terrestre en
pequeñas cantidades. Algunas rocas, como el granito o la roca volcánica, tienen
mayores concentraciones de minerales de uranio y, por tanto, la cantidad de
radón producido es mayor. Pero, sea como sea, sólo en Estados Unidos se estima
que la exposición al gas radón producido por la descomposición de los minerales
de uranio es responsable de
entre 15.000 y 20.000 casos de cáncer anuales.
Por supuesto, hay muchos minerales que pueden ser peligrosos si
se dan las condiciones adecuadas pero, la gran mayoría de veces, son seguros a
menos que sean procesados de alguna manera que libere las sustancias tóxicas
que contienen. De hecho, la gran mayoría de los minerales son muy inocuos y,
como mucho, la única precaución que hay que tomar al manipular alguno de ellos
es lavarse las manos.
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